ESENCIA
El doctor se quedó casi un minuto mirando el frasco, embobado.
Lo había conseguido.
Por fin.
¡Esto era histórico!
- “doctor”
- “¡DOCTOR!”
Sólo se volvió con el grito, tan ensimismado estaba.
- “¿Lo tiene?, ¿es estable?”
- “eeeh, sí, sí, está ya terminado y es completo y estable, listo para la prueba”
Miró a los ojos del condecorado general, que ocupaba todo su campo de visión por su enorme tamaño.
Detrás, otros 3 militares armados esperaban, ajenos en apariencia a lo crucial de este descubrimiento.
- “Excelente, doctor, prosigamos entonces con la prueba en el sujeto 13” dijo el general, siempre con gesto adusto y serio.
- “Sí, por supuesto, general, pero por la pureza de la muestra, deberá ser muy lentamente, por goteo, y directamente en la aorta para su correcto reparto por todos los órganos. Nos llevará casi una hora administrarlo por completo”
- “Pues empecemos lo antes posible, doctor. Esto es muy importante”
¡Y vaya si lo era!
Lo que acababa de conseguir y llenaba la mitad de ese tubo de cristal era, probablemente, lo más importante conseguido en ciencia desde Oppenheimer, y el doctor creía que iba a ser igual de determinante en el mundo.
Había sintetizado la esencia humana.
Cientos de cuerpos en su laboratorio durante años, doce posibles resultados que no habían resultado satisfactorios con sujetos humanos, miles de pruebas y de mezclas en su cabeza… y hoy, por fin, la muestra era completa, estable y, a priori, compatible para prueba en sujeto.
El doctor procedió a colocar con sumo cuidado la solución lograda en una cápsula transparente que mediante un fino y alargado tubo de plástico se unía al aparato que le salía al sujeto que estaba sedado y dormido en la camilla, en el centro de la sala.
Era un gotero más sofisticado, que hacía que cayeran las gotas dentro del paciente de una en una, en orden creciente de velocidad, pero controlado en todo momento.
El general entrecerró los ojos cuando vio la primera gota caer de la cápsula por el tubo hasta perderse en el pecho del sujeto 13.
A ver si esta vez la prueba era satisfactoria y podía comunicar su éxito al presidente.
Habían invertido muchos millones y muchas vidas de civiles en esto.
Tenía que funcionar.
El doctor se quedó mirando cómo las primeras gotas caían, perfectas, en el paciente tumbado, y volvió a su mesa a ver el monitor del ordenador, donde se veían las constantes vitales del sujeto 13.
No se acababa de creer que estuvieran haciendo LA PRUEBA DEFINITIVA, porque ésta tenía todas las papeletas de serlo a tenor de la composición y calidad de la síntesis obtenida.
El goteo iba cayendo, poco a poco, en el pecho de la persona en medio tumbada. Ya llevaba una quinta parte de la cápsula vertida.
Años habían pasado ya desde que por accidente licuó una pituitaria y se le ocurrió la idea de obtener algo que pudiera decirse que era, de manera científicamente correcta, la esencia de un ser humano.
Un líquido resinoso obtenido de mezclar en las proporciones justas líquido del bulbo raquídeo, líquido cerebral, médula espinal sana, calcio, potasio, sangre del cerebelo, jugo de pituitaria, queratina, creatina y adrenalina puras, testosterona y progesterona, oxígeno, agua, jugo estomacal, mix de cromosomas base y flora intestinal licuada entre otras cosas.
Miró el gotero… ya casi un tercio del total dentro del sujeto… ¡cómo pasaba el tiempo de rápido!
La idea siempre fue humanizar y “estandarizar” a las personas que se salían de los baremos tradicionales: delincuentes extremos, enfermos mentales, psicópatas, locos, personas con cromosomas de más… Así todos tendrían una segunda oportunidad de ser “normales” e integrarse en la sociedad pese a nacer diferentes.
Medio líquido dentro del paciente, y las constantes vitales y cerebrales eran perfectas… ¡¡¡era esta vez, seguro!!!
Una inyección de “humanidad concentrada” y, creía, volverían a ser personas completas, complejas pero válidas y felices para el sistema. Reinserción química, sociedad perfecta. Un sueño de toda una vida.
Ya casi quedaba sólo un tercio del total de la solución por entrar en el pecho del hombre, de mediana edad, muy fuerte y atlético (él sospechaba que un militar “voluntario”) que ocupaba la camilla.
Los militares le habían ofrecido una cuantiosa financiación a cambio de un férreo control para con sus progresos.
Y, lo más importante, sujetos humanos vivos que se sometieran las pruebas cuando creía haber logrado la síntesis, cosa que había ocurrido ya en 12 ocasiones sin éxito. Y con 12 personas muertas como resultado, pero aprendizaje para la siguiente intentona.
Ya sólo quedaban unas gotas por terminar de caer, las cifras y constantes del ordenador eran plenamente satisfactorias y el doctor notó como su pecho se inflaba de enormes aspiraciones y con los nervios a flor de piel.
Ayer por la noche, en plena madrugada, el doctor se había levantado como un resorte de la cama, empapado en sudor pese a ser invierno, porque había tenido una visión: las células traseras más usadas del tronco encefálico, mezcladas con hipotálamo fresco, eran el ingrediente que le faltaba, y que dotaba de instinto humano esencial a la mezcla final, que como había descubierto en la anterior prueba, debía hacerse a 37 grados centígrados constantes.
Así que llamó al general y fue raudo a su laboratorio clandestino, donde llevaba sin descanso 19 horas trabajando en esta (ojalá) última muestra.
El goteo acabó por entrar del todo en el cuerpo del sujeto 13.
- “Bien, doctor, despierte al sujeto”.
- “Sí, general, inmediatamente”.
Y se acercó, pausado, con la inyección de adrenalina, benzoilmetilecgonina, vitamina B12 y proteína HOS15 que haría que el paciente se despertara de su letargo inducido, ya con la mezcla de la síntesis fluyendo libre por sus venas.
Apenas segundos para hacer historia y convertir a aquel hombre (según el general totalmente ido, violento y apenas cuerdo tras “un accidente”) en un ciudadano ejemplar y más humano que los humanos, en el buen sentido.
Retiró el gotero y en el hueco del mismo inyectó la solución de su jeringuilla, tras lo que dio un par de pasos hacia atrás, instintivamente.
El sujeto 13 convulsionó, suavemente al principio y más fuerte después, se agitó y gritó con la boca cerrada unos segundos y, después, calló y dejó de moverse.
Silencio absoluto.
Todos los militares, junto al doctor, mirando con ojos muy abiertos al hombre de la camilla.
Que empezó a mover los dedos y abrió los ojos.
Se incorporó, desnudo, con los ojos enrojecidos y algo de baba cayendo de la comisura izquierda del labio.
Entraba dentro de los normal.
Se arrancó en silencio los parches y electrodos de control que tenía pegados, y se puso en pie.
¿Era su impresión, o era algo más voluminoso que cuando lo metieron en el laboratorio?
Los militares, a excepción del general, levantaron por inercia su arma en dirección al sujeto, apuntándole con sus negros fusiles cargados y sin seguro.
- “¡Bajen las armas, soldados!” gritó, seco, el general.
Así lo hicieron de inmediato.
ERROR.
El sujeto 13 dio un salto sin carrerilla absolutamente imposible de unos 4 metros y arrancó, con sus manos, la cabeza del más joven de los militares, que pasó a tirar al suelo mientras rugía a un volumen atronador.
- “¡pero qué cojo…!” acertó a exclamar el militar a su lado, del que salió por su pecho el puño del sujeto 13, con el corazón del militar en la mano, en una fracción de segundo. Seguía rugiendo.
El general y el otro militar se giraron velozmente para salir de la estancia por la puerta blindada y sellada de seguridad.
El sujeto 13, con unas uñas afiladas y enormes cual garras (¡¡¡era materialmente imposible que le hubieran crecido en segundos!!!), los ojos inyectados en sangre y de un amarillo intenso, casi fuera de sus cuencas, y unos colmillos que habían cuadruplicado (¡eso también era imposible, por dios!) su tamaño normal, volvió a saltar para darles caza en una fracción inmediata de tiempo.
Los desmembró a ambos en 4 o 5 segundos frenéticos de tirar, morder, girar, patear y gruñir cual oso.
El doctor aún no había sabido/podido moverse, en shock total clavado en su sitio, aún con la jeringuilla en la mano que dejó caer al suelo en ese mismo instante por no tener fuerzas ni para sujetarla.
Y, mientras el sujeto 13 se acercaba despacio (ya ni se reconocía al paciente en esa mole de músculos de casi 3 metros, que gruñía y andaba como un felino) hacia el asustado y tembloroso doctor, LO SUPO.
Supo sin ningún género de dudas que la esencia humana es salvaje, brutal, es animal e instintiva. Y asesina.

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