OJOS


-       
“AAAAAAAAHHHHHHHHHHHH!!!!!”

 

Nuria se despertó con su propio grito, sudando, con la imagen clavada en la retina.

La misma imagen de las 3 últimas noches. La misma.

Unos ojos, grandes, abiertos hasta lo imposible, con la esclerótica roja de sangre de pequeñas venas reventadas por la presión arterial. 

Por lo que fuera. 

Pero daba pavor. 

Y la reiteración del sueño, más aún…

 

Como cada día, pero especialmente estos últimos 3, dejó a su marido durmiendo, se puso un café muy cargado como único desayuno, se vistió mecánicamente con el traje del trabajo y salió rápido de casa como si hacerlo de esa manera dejara atrás el sueño. Pero no.

 

Mientras caminaba hacia la oficina inmobiliaria en la que trabajaba, pensaba en esos ojos. 

Azules, asustados, a punto de reventar del terror… Inolvidables, desgraciadamente.

¡Tan reales, tan familiares, tan inquietantes!

 

Nuria llega a la oficina, la primera, como siempre. Abre la puerta principal con su juego de llaves, quita la alarma, enciende las luces, luego también su móvil de trabajo y su ordenador y revisa el correo electrónico. Rutina tras rutina, los malditos ojos se van desvaneciendo de su memoria, como los últimos 3 días.

¡Bendita rutina, bendito trabajo, si sirve para olvidar!

 

Hoy tiene 3 visitas a casas cercanas para 2 posibles ventas y 1 alquiler.

La primera de las visitas por orden cronológico, muy improvisada ayer a última hora por un extraño señor con mucha prisa por comprar y ninguna por negociar, cosa rara en su experiencia profesional.

 

Pero una venta es una venta, y más si acepta de buena manera el pecio de los dueños, ligeramente por encima de lo que, en opinión de ella como profesional, vale esa oscura casa en un primero sin ascensor.

Así que termina sus labores matutinas de primera hora, coge las llaves de esa casa inicial en cuestión, y se dirige para allá.

 

Sabe que llegará como con media hora de adelanto sobre la hora pactada, pero le gusta revisar cada detalle de la casa por si se han dejado algo a la vista en otras visitas, como algún folleto o juego de llaves, o por si ha habido algún incidente extraordinario (algún grifo que gotea, alguna ventana sin cerrar del todo, humedades que salen de repente, algún mal olor por tuberías de última hora…)

 

Al llegar al portal, abre con sus llaves y sube las escaleras hasta el primero A.

Y, ahí, en el rellano, comprueba estupefacta que la puerta ya está abierta. 

No de par en par, pero sí de manera muy obvia.

Y le vienen, como una bofetada, los malditos y terroríficos ojos abiertos a la cabeza, a la retina, al corazón y hasta el alma.

 

Los ojos lo llenan todo, y empieza a sudar, paralizada ante una puerta que no debería estar abierta.

-       “Nuria, respira, por favor, no es nada” se dice en voz baja, queda.

 

Piensa que debe ser error de algún compañero que la enseñó ayer y, por lo que fuera, se olvidó de cerrar. Extraño, pero no imposible con algún compañero en concreto con el que no se llevaba especialmente bien, entre otras cosas, por su dejadez y falta de profesionalidad.

Así que, lentamente, empuja la puerta, que, sin ruido alguno, se acaba abriendo del todo.

Entra y obviamente está todo oscuro, porque dejan siempre las persianas bajadas tras una visita de cliente.

 

Enciende la luz de la entrada (sólo ha estado una vez en ese piso pero recuerda al tacto dónde está) y va al salón a abrir las persianas y airear un poco la casa antes de la llegada del señor interesado.

Una vez hecho, hay luz tenue por todo el piso (es un piso oscuro porque los bloques de alrededor están muy cerca y le quitan toda luz natural posible, de ahí lo extraño de no querer negociar el precio) pero le sirve para moverse por habitaciones para hacer lo mismo con ventanas y persianas.

 

Al llegar al dormitorio, se para en seco de nuevo. Lo que parece un espejo enorme, como de 2,5 metros de alto por 1 de ancho, y tapado con un trapo gris que asemeja una vieja sábana está frente a la cama de matrimonio, pegado a la pared.

 

Sólo ha estado una vez en la casa, pero ese espejo NUNCA ha estado ahí, ni hay informes de compañeros o los dueños de que se haya llevado al piso, al menos que ella haya visto o leído en el correo o en su móvil.

 

“¡Qué extraño!”, piensa, “la puerta abierta y un espejo que no había antes…”

Desde luego el día, desde su brusco despertar, pintaba extraño y con esa sensación como de frío que tienes cuando algo no va bien pero no sabes exactamente qué es. 

Y los ojos le vuelven, en un flashazo, a la mente. 

Y trata de desecharlos con prisa, porque esa sensación la incomoda cada vez más.

 

Así que destapa el espejo. 

Tira la sábana al suelo.

Y todo se precipita.

 

De la nada (DE LA ABSOLUTA NADA!!!!!) sale una forma humana, una sombra, un relámpago negro, que con una velocidad pasmosa se planta tras ella en 3 enormes pasos.

 

La primera puñalada, en los riñones, no la siente porque aún está en shock.

La segunda, en el costado, la hace intentar girarse sin éxito y abrir la boca para gritar.

Es la tercera, en el cuello, la que le hace soltar un grito aterrador por todo el piso.

 

-       “AAAAAAAAHHHHHHHHHHHH!!!!!”

 

Y es entonces, mirándose al espejo, cuando lo entiende todo. Todo cuadra. Todo encaja. Por fin.

 

Porque ve esos ojos, ahí, delante suyo, atemorizados hasta el extremo, rojos de sangre, azules de iris y a punto de quedarse sin vida en ellos.

 

Porque ve los ojos de sus pesadillas y comprende que son los suyos, mientras muere desangrada en ese oscuro piso.

 

Porque nunca fue un sueño, siempre fue una premonición. Real. Ahora real.

 

Ojos, sí.

Los suyos.

Muertos.

 

Ni siquiera los vio cerrarse mientras caía ya sin vida al suelo.

Pero su marido, tras ella, sí pudo observarlo, mirando en el espejo.

Y se fue con esa imagen en su retina.

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